Nació tan rubia que no se le notaban las cejas, y con un pelo desigual con un mechón mas largo en la parte de la coronilla que parecía Tin Tin, manchada de sangre, la recibía en brazos.
Yo no quería dar lactancia materna, no me creía que fuera capaz y menos sin ver el contenido de lo que comía o no.
No podía fallar con su alimentación, pues no sabía qué me encontraría cuando naciera.
Si se iba a morir, si se la iban a tener que llevar, si la ingresaban en neonatos, o en la ucin, si estaría bien, si estaría mal, sólo sabía que no me podía permitir fallar.
Entre mis gritos de posesa y que mi mente no estaba en esa sala, conocí a mi hija al otro lado de la piel, y empezó otra parte de nuestra historia.
Salió y me la pusieron en el pecho, yo me quería deshacer de mi ropa quería que su piel tocara mi piel y así hice que me quitaran ese camisón y me dejaran con un una sabana que nos cubría a las 2, hace casi 10 años en un paritorio de la Vall Hebrón donde quise ver mi placenta ante la atenta mirada de todo el personal que había en esa sala, con cara de qué hace esta…
Dejé que mi hija reptara hasta mi teta y se enganchara, vaya si se enganchó, yo no le había mirado la boca, yo solo vi que respiraba y lloraba.
Yo no sabía si estaba bien o mal enganchada, no sabía qué me iba a encontrar, y me daba igual todo, le ofrecí lo una de las cosas más valiosas que tenía ese momento.
Después de un rato la cedí para que la midieran, la pesaran y todo el arsenal de protocolos.
Yo no la quería soltar, porque pensaba que se la iban a llevar de la sala, pero no. Pude ver todo el rato que pasaba.
Cuando la estaban limpiando, aspirando etc… había muchas personas alrededor de la niña, mi parto fue como estar en un estadio porque sabía que la niña nacía con una malformación cerebral.
Las oí hablar de que algo tenía en la boca, nunca supe exactamente que dijeron y cuando me la dieron de nuevo me dijo una de las pediatras que emma tenía un defectito en la boca.
Cuando yo la miré, mi hija tenía la lengua partida en dos como una serpiente, le faltaba un trozo grande de encía, el paladar ojival y frenillos por todas partes, parecía o se asemejaba al tejido cicatricial como cuando te quemas.
Cuando ella agarró la primera vez, yo no me di cuenta que la niña tenía tenía la lengua partida, no me di cuenta de nada, yo estaba en otro mundo, en el mundo de, mi hija va a estar bien? cuándo se la van a llevar? qué le van a hacer? la voy a volver a ver?
Son preguntas que en ese momento te lleva por dentro y te comen, solo ves peligro solo quieres estar con tu bebé.
Pedí por favor que no se la llevaran, y me dijeron que no se la iban a llevar.
Pregunté por su boca, pregunté por su estado y me dijeron que todo estaba bien, que había que valorarla neurológicamente por el servicio de neurología y hacer las pertinentes pruebas.
Ella seguía enganchada a la teta, no notaba esa lengua no notaba los frenillos, no me hizo grietas, no noté dolor, y sinceramente, mi dolor estaba en otro sitio, no hace falta que sea físico.
Nunca llegué a entender cómo mi hija en el estado que tenía la boca, fue capaz de amamantarse sin problema y sin hacerme daño.
Nuestra lactancia siguió sin problema, aunque Emma tenía una parálisis facial izquierda, hipotonía… iba a fisio, a atención temprana, etc…
A los 6 meses, nos llamaron para operar a Emma , para poder unirle la lengua y cortar algunos de los frenillos que tenía.
Nunca, nunca, nunca he experimentado una sensación similar a la de entregar a tu bebé de 6 meses para entrar en un quirófano, un sudor frío te recorre el cuerpo de arriba abajo y sientes morir.
Emma salió del quirófano medio dormida todavía, el trayecto desde el área quirúrgica a la habitación se me hizo eterno.
Una vez allí lo primero que hice fue sacarla de esa cuna de metracrilato y engancharmela a la teta, y recién operada, con puntos en la lengua, puntos en algunas zonas de la boca, siguió mamando como si con ella no fuera la cosa.
Yo notaba cómo los puntos me rozaban cuando ella mamaba, pero nunca nunca nunca, me hizo grietas o sangre.
Seguimos pasando por más cosas que se fueron sumando, además de varios profesionales que nos “invitaron” a finalizar la lactancia.
Mi hija se amamantó hasta los 4 años y medio.
Ella decidió no mamar más cuando nació su hermana lucía.
Mis tetas nos salvaron, creo que fue un impulso cerebral muy grande para mi hija, y otro impulso emocional para mi, como madre, como persona y para ella, creo que fue una conexión con mi hija que permitió que no se hundiera el barco.
Nos dio fuerza para continuar hasta hoy, me dio fuerzas para ver de lo que soy capaz, y me dejó conectar con el estado más salvaje que permitió escuchar mis instintos.
Todos estos años de lactancia he tenido que aprender ( por desgracia porque es algo que tendría que ser lícito) que Mis tetas son mías, sobre mis tetas mando yo, sobre mis lactancias, cuando empiezo, cuando acabo, qué quiero y no quiero hacer, es mi camino.
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